Las Ventas

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Continúa avanzando el Sr. Ligero en este capítulo del Tomo 1º, en línea con su fundado criterio de cual es «el lugar de la Mancha de cuyo nombre no quería acordarse». Teniendo siempre en cuenta lo que nos dice Cervantes en la obra, contrastado con documentos inéditos de los archivos municipales y parroquiales de Alcázar. Estos documentos arrojan luz y evidencias, en nuestro criterio fundadas, para sostener en cualquier foro la defensa del resultado de este trabajo.

Personajes de la obra con referencias familiares, oficios, lugares, distancias recorridas, etc., son analizados y encajados por el señor Ligero, que demuestra un profundo conocimiento de la obra de Cervantes, especialmente del Quijote, hasta un nivel que pocos han alcanzado en el mundo cervantino.

Nos dice el señor Ligero:

Venta de las Motillas (imagen cortesía: "La Mancha de don Quijote", de Ángel Ligero Móstoles)

Venta de las Motillas (imagen cortesía: «La Mancha de Don Quijote», de Ángel Ligero Móstoles)

«Tema espinoso el emprendido, en el que no cesan los torpedeamientos a que estoy sometido, desde que vieron la luz mis primeras publicaciones periodísticas, y en radio y televisión. Para evitar ser blanco fácil y superar la desgana, hice mío, como lo hiciera Don Quijote, lo encontrado por él en el largo camino de los Caballeros Andantes.

«La razón de la sinrazón que a mí razón se hace…», y contra ello nada podrá detenerme en el largo camino que he de recorrer junto al loco cuerdo.

Nuestro hidalgo, que era el hombre de carne y hueso que Cervantes conoció, tiene sus verdaderas dudas en el nombre que habitualmente se le decía en el lugar donde le encontró.

«Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada, (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender, que se llamaba Quejana».

Mas razonadamente y con reflexión, se pronuncia por el de Quijada de la siguiente manera:

«Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérselo así mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar Don Quijote; de donde, como queda dicho, tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia, que sin duda, se debía llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir…»

En buen camino, mi amo, diría Sancho, y siendo sobrenombre se adivina que Cervantes tenía una perfecta información del apodo o sobrenombre con los que, los del lugar de Don Quijote le tenían bautizado, distinto y acertado al de los «otros autores», según cuenta él. En esta línea lo asumió el autor y entendiéndolo a la letra tenía sobradas razones para deducir que el Quijada, tenía su fundamento, en lo pronunciado de quijadas que era. En la segunda parte, en el capítulo XXXI, nos lo vuelve a confirmar:

«… Quedó Don Quijote, después de desarmado, en sus estrechos gregüescos y en su jubón de camuza, seco, tendido, con las quijadas, que por dentro se besaban la una con la otra …»

Es muy lamentable que eruditos de reconocido prestigio, hayan perdido el tiempo por Esquivias y otros lugares buscando la genealogía del hidalgo entre los apellidados Quijadas.

Ya tiene Don Quijote todo dispuesto, para salir a escondidas de su familia hacia, unas penosas aventuras. Escuchemos a Don Quijote, para perfilar el camino exacto de su ruta, porque también en esto tenemos ciertas confusiones que no se pueden permitir. Se trata de las opiniones de que fuera armado caballero en las inciertas ventas de Puerto Lápice o en las que se encuentran cerca de Quintanar de la Orden. No hay tal, porque lo dice el mismo Cervantes.

«¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a la luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana desta manera? Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra, las doradas hebras de sus hermosos cabellos con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero Don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante y comenzó a caminar por el antiguo y conocido Campo de Montiel.»

Tuvo el acierto Cide Hamete Benengeli de recoger los deseos de Don Quijote de escribir su historia antes que ningún otro historiador, para ser fiel intérprete de lo que sus pies caminaron a todo lo largo de los campos de Montiel y de cuantas tiranías destruyó con su brazo «que valía por cien».

Sin el acierto de tan esmerada pluma, su deseo de inmortalidad hubiera quedado en el anonimato entre las cuatro paredes manchegas.

Yo quiero participar en esa historia con ciertos complementos, con ánimo de rellenar las lagunas advertidas, bien por fallo en la memoria, bien por escurrirse de los riesgos de las estrecheces de las leyes.

«Y era verdad que por él caminaba …»

Había salido por la «puerta falsa» de la propiedad de don Alonso de Ayllón, descendiente de la «alcurnia de don Pedro Barba», y casado con doña Teresa de Mendoza, como más adelante se verá. Pero veamos, donde Cervantes necesita recomponer la cronología y topografía de sus pasos.

«Casi todo el día aquel caminó si acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo. Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la de Puerto Lápice; otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que he podido averiguar en este caso y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha, es que él anduvo todo aquel día, y al anochecer, su rocín y el se hallaron cansados y muertos de hambre, y que, mirando a todas partes por ver si descubría algún castillo o majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta que fue como si viera una estrella que, no a los portales, sino a los alcázares de su redención le encaminaba. Diose prisa en caminar, y llegó a ella a tiempo que anochecía.»

Mucho he subrayado por la importancia vital que presta al comentario, matizando argumentadamente, que las ventas eran la de las Motillas, propiedad de los Saavedra y apartadas del camino de Manzanares. Cervantes tuvo especial interés en perfilar con claridad la aventura de los molinos y las del Puerto Lápice que habían de tener lugar posteriormente en una segunda salida, en compañía de su escudero Sancho. No cabe duda que Cervantes conocía al dedillo el terreno que había de pisar Don Quijote, porque en los muchos y cerrados montes desde unos diez kilómetros de Alcázar a Manzanares (Campos de Montiel), eran muchas las majadas de pastores, de particulares y otras de propiedad del Concejo de Alcázar, arrendadas a vecinos de ella y de otras localidades, entre los que se encontraba Juan López Quintanar, delegado de la corona por toda esta comarca, para recogida de ganado equino y servidumbre de los mismos y poder mandarlos a Granada a las fuerzas de la reconquista.

Venta de las Motillas (imagen cortesía: "La Mancha de Don Quijote", de Ángel Ligero Móstoles")

Venta de las Motillas (imagen cortesía: «La Mancha de Don Quijote», de Ángel Ligero Móstoles»)

Damos el salto al capítulo VI momentáneamente para retraer algo muy interesante que «identifica el lugar del hidalgo». Vuelve a salir por el mismo camino que en su primera salida, cercano al Toboso, pero siempre al sur del mismo, ofreciéndosele inmediatamente la perspectiva e imagen de los molinos de viento en los cerros inmediatos de Alcázar y los existentes en la sierra de Campo de Criptana, en cuyo conjunto no se equivocaba mucho de los treinta que Don Quijote le dice a Sancho ver, llevando a la imaginación del autor el montaje de la fábula quimérica de arremeter a los molinos.

En la fantasía de Cide Hamete, vienen en comentario Don Quijote y Sancho sobre la aventura corrida y dice:

«Y, en la pasada aventura siguieron el camino de Puerto Lápice, por allí, decía Don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero…».

Como se aprecia, la aventura de los molinos y del Puerto, tiene lugar con posterioridad a la de haber sido armado caballero, en su primera salida. «A las tres de la tarde», darían vista al Puerto, pero he aquí que había de malograrse su deseo de llegar a él, por interponerse en su camino dos frailes de la Orden de San Benito en comitiva con un coche ocupado por una señora vizcaína, resultando de ello la célebre Batalla del Vizcaíno, que merece dedicación preferente en otro lugar como se verá.

Hay que entender que si el hidalgo hubiera salido desde Argamasilla hacia los Campos de Montiel, jamás hubiera dado con los molinos en su segunda salida, pero es que en la primera no concuerda que saliendo hacia Montiel se alejara de él para armarse caballero en las ventas del Puerto.

Anudando el hilo roto con el tema de las Ventas, a ellas nos vamos a referir, las de las Motillas, y lo que cuenta Cervantes de ellas y la realidad que nos ofrecen en su construcción.

El primer documento que a ellas se refiere, es el testamento de Don Pedro Hidalgo Saavedra, hijo de Don Diego Hidalgo de Saavedra, uno de los testigos en el pleito de Villacentenos por parte del litigante Fray Jerónimo de Ayllón, tesorero del Gran Prior de San Juan, Don Diego de Toledo.

Testamento de Pedro Hidalgo Saavedra:

«En nombre de Dios amén: Sepan cuantos esta carta de testamento vieren, como yo, Pedro Hidalgo Saavedra, vecino desta villa de Alcázar, estando enfermo y en mi sano juicio y entendimiento natural, creyendo como firmemente creo en la Santa fe católica e misterios de la Santísima Trinidad y todo aquello que cree y tiene la Santa Madre Iglesia Católica Romana, y deseando salvar mi ánima, e digo y conozco que hago y ordeno mi testamento de la forma siguiente:

… Y mando que cuando la voluntad de dios nuestro Señor, fuere de le me llevar, desta presente vida, mi cuerpo sea sepultado en la Iglesia del Monasterio de San Francisco desta villa, en la sepultura de mi padre. (Buen detalle éste, de estar sepultado en ésta).

Iten mando a Catalina Romero, mi hija (lleva el apellido de la madre), trescientos ducados de mejora sin partición y que se le den y entreguen en los bienes que a la dicha mi hija le parecieren de los que yo tengo en el cerro Cigüela (los cocederos de Saavedra), y en una Haza que está en la Mancha (otro dato mas de ser la Mancha un término de Alcázar), do dicen las Motillas, a linde del camino que va de la Venta de las Motillas al lugar nuevo (Argamasilla), y de tierras de García de Aguilera, y en un cebadero que está en dicha labor, junto a la quintería que alinda con el egido; y si la dicha mi hija, muriere antes de tomar estado o si después de tomado estado de matrimonio, no tuviere hijos y herederos, questa dicha manda, de los dichos trescientos ducados, y los bienes quella tomare, vuelva y los coja Juan Hidalgo, mi hijo o los herederos que declare el dicho Juan hidalgo, si fuere muerto, o lo que él mande en la forma que obiere lugar dello.

Iten mando a mi mujer Isabel López la Romera, el quinto de mis bienes derechos y acciones y quen ello entrego la mitad de la casa de morada en que vivimos en esta villa, alinde de Juan del Pozo y de la Castellana, beata, porque la otra mitad de la dicha casa, goce della la dicha mi mujer, y la mitad que a mi me toca quiero que lo aya en la dicha manda del quinto de mis bienes, que así lo mando en la vía y forma que mejor aya lugar dello.

Iten, para cumplir mi testamento dejo por mis albaceas a la dicha Isabel López la Rubia, mi mujer y a mi hermano Francisco Hidalgo y al licenciado Francisco de Olaya, clérigo mi sobrino y a Pedro Sánchez Román, vecino desta villa, a los cuales y a cada uno de ellos les doy poder cumplido bastante para que tomen mis bienes lo mejor parado y lo vendan y que dello paguen y cumplan mi testamento y sobre ellos les encargo las conciencias.

Iten, del remanente que quedare y sobrare de mis bienes derechos y acciones y después de cumplido este mi testamento, a Catalina Romero y a Juan Hidalgo, mis hijos legítimos y de la dicha mi mujer para que los hayan y hereden como tales mis herederos. Siguen los protocolos acostumbrados, y fecha diecisiete de septiembre de 1601 año, y pone por testigos a Juan Jiménez Muñino, Juan del Pozo Arriero y a Francisco Corona, vecino desta villa de Alcázar, firma el testamento, Pedro Hidalgo y como escribano, Juan escribano.»

Juan Martín Corona, hermano de las del Pozo.

«Sepan cuantos esta carta de venta vieren como yo, Juan Martín Corona, vecino desta villa de Alcázar, digo que por quanto por el fin y muerte de Ana del Pozo, mi hermana, mujer que fue de Don Alonso Díaz Moreno, vecino desta dicha villa, quedamos por sus herederos, yo el dicho Juan Martín Corona y Alonso del Pozo y Quiteria del Pozo, mujer de Juan Sánchez Tercero, mis hermanos, porque aunque la susodicha nombró juntamente con nosotros a Antonio del Pozo, nuestro hermano, era difunto antes que la dicha Ana del Pozo y por eso quedamos por herederos los tres que éramos vivos y en la partición que se hizo de los bienes de la dicha Ana del Pozo, se nos dieron y adjudicaron la mitad de una de las casas de morada en esta villa en la acera de las Zapaterías alinde de casas de Juan Rodríguez Arias y de Teresa de Mendoza, viuda de Alonso de Ayllón, y que ahora es la casa de Teresa de Mendoza, de Alonso Merino, y de la mitad de casa me tocó a la tercia parte en precio de ciento y dos ducados respecto del aprecio que se hizo en la dicha partición con carga y gravamen que el dicho Alonso Díaz Moreno por sus días la había de gozar porque se la mandó la dicha su mujer y hasta después de sus días yo ni los dichos mis hermanos no habíamos de gozar de la dicha mitad de la casa. No tiene interés alguno el resto y firma, el testigo Francisco Díaz Guerrero el de la Castellana.»

Del anterior documento he sacado lo mas conveniente para mis fines, puesto que de hacerlo literalmente sería pesado, como todos los papeles de antiguos escribanos.

Patio interior de la Venta de las Motillas (imagen cortesía: "La Mancha de Don Quijote", de Ángel Ligero Móstoles)

Patio interior de la Venta de las Motillas (imagen cortesía: «La Mancha de Don Quijote», de Ángel Ligero Móstoles)

Se hace notoria la devoción que los Saavedra tenían por San Francisco; también el Saavedra, autor del Quijote, sentía igual devoción al Santo y su Orden Religiosa; como se sabe, cogió el hábito de la Orden Tercera en las postrimerías de su vida, antes de ser Trinitario, tal vez por ser esta Orden la que le sacó del cautiverio de Argel.

Ahora la encontramos a esta Catalina casada con Francisco López Villaseñor, y aquí viene nuevamente el enredo, pues ya está ligado el Saavedra con el de Villaseñor, haciéndonos retraer al protagonista del Persiles, la novela de Saavedra. Que cada cual piense lo que quiera, pero aquí hay «gato encerrado». Me gustaría saber lo que hubiera pensado el señor Astrana, pues el niega la existencia de los Villaseñores de Alcázar.

Veamos el registro del matrimonio citado:

«En treinta días del mes de marzo de mil seiscientos cuatro años: Yo, Pedro Díaz Villamayor, teniente prior, bauticé a Francisco, hijo de Francisco López de Villaseñor y de Catalina de Saavedra, su mujer, fueron sus padrinos Alonso Díaz Pajares y María Hidalgo, su mujer.» Libro de bautizos Año 1604 Parroquia de Santa María».

Sigue tomando cuerpo legal el que la Mancha era un término limitado de Alcázar de San Juan y de que las Ventas de la Motillas lo son desde la antigüedad por la cita de Argamasilla a Felipe II en 1575.

Hay algo en el testamento que no quiero que pase desapercibido, se trata del testigo Juan del Pozo, arriero, el cual es cuñado de Francisco de Saavedra, hermano del testamentario, y de esta mismo veamos ahora un dato mas del autor del Quijote.

«…Sucedía a estos dos lechos, el del arriero, fabricado como se ha dicho de las enjalmas y de todo el adorno de las dos mejores mulas que traía, aunque eran doce, lucios, gordos y famosos porque era uno de los ricos arrieros de Arévalo, según lo dice el autor desta historia que deste arriero hace particular mención, porque le conocía muy bien, y aún quieren decir que era algo pariente suyo. Fuera de que Cide Hamete Benengeli fue historiador muy curioso y puntual en todas sus cosas, y échase muy bien de ver las que quedan referidas, con ser tan mínimas, tan rateras no las quiso pasar en silencio; de donde podrán tomar ejemplo los historiadores graves.» (Capítulo XVI, 1ª parte).

Es asombroso que después de tantos mudetes de los archivos de esta localidad y tantas manos curiosas como han tocado los legajos, podamos encontrarlos en condiciones de revelar su correlación con el Quijote.»

El señor Ligero hace la referencia de que:

La Plaza que hoy se llama de Cervantes, se la nombraba antes de 1600, la Placeta de la Rubia y justamente por el nombre de la mujer de Pedro de Saavedra declarado en el testamento. […] Precisamente el arriero Juan del Pozo, estaba casado con una hermana de la mujer de Pedro de Saavedra, llamada María la Rubia, que por fortuna aquí tenemos la certificación.

«En siete días del mes de octubre de mil e quinientos e noventa e siete años. Yo, Pedro Díaz de Villamayor cristiané a Miguel hijo de Juan del Pozo y de María Rubia, su mujer, fue su padrino Antonio Ruiz y María Fernandez su mujer.»

Adviértase la coincidencia de que el arriero ponga a su hijo el nombre de Miguel. ¿No significa esto querer memorar al autor del Quijote, aunque solo fuera pariente suyo como dice el propio Cervantes?»

El señor Ligero, en este capítulo de Las Ventas del Tomo 1º de su obra, fruto de su labor de investigación, alcanza unas evidencias, por supuesto no las únicas en su obra, irrefutables, de la vinculación de Cervantes con personas que vivieron en Alcázar en su época y como algunas de ellas las reflejó en personajes de su inmortal novela. Igualmente resuelve la polémica de «En un lugar de La Mancha» o La verdadera Ruta del Quijote, demostrando con datos la Venta, donde el autor hace armar caballero al hidalgo.

Y nos hace la pregunta.

¿Cuántas veces visitaría Cervantes la quintería de Don Diego de Saavedra en el Egido de las Motillas?. «Un camaranchón» que al convertirse en venta la quintería, eran recordadas por Miguel de Cervantes Saavedra en su programación de la historia de hidalgo.